Bajo el signo de la fortuna

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Elvira Pujol Masip

 

Imatge d’Imanol Buissan.

Pronto hará un año que comenzó. La noticia del confinamiento me sorprendió de regreso de un viaje. En un inicio los preparativos de la nueva situación fueron modestos, pues mi modo de vida se limita a dos espacios, mi taller y mi piso. Las idas y venidas del taller a mi casa para traer lo imprescindible fue lo que me mantuvo ocupada durante la primera semana. Salí y recogí de mi estudio lo necesario para poder seguir trabajando, mi portátil, el disco duro y libros para preparar las clases que hacía poco había comenzado a impartir. Durante el tiempo que duró el confinamiento forzoso pude disfrutar de la tranquilidad de estar en casa, también de exploraciones y salidas furtivas en bicicleta por unas calles desiertas e irreconocibles. La soledad que me proporcionó el confinamiento fue un bálsamo para retomar procesos y ritmos. Fueron semanas de mucho trabajo que coincidieron con la preparación de talleres de obligado formato virtual. Aproveché el tiempo para ordenar proyectos y concentrarme en ellos. El silencio imperante en Barcelona, con la ausencia del ajetreo diario y el tráfico, hicieron más placentero este intervalo. Un paréntesis de excepción que viví alejada de los medios de comunicación e inmersa en mi trabajo. La ciudad se convirtió en una tranquila capital de provincias, con un marcado y lento paso del tiempo. La sucesión de los días hicieron de este confinamiento una cuarentena deseable, al menos creativamente.

La primavera llegó exuberante como nunca y el verde urbano invadió terrazas y parterres, y en Montjuïc la vegetación adquirió tintes de floresta tropical tras meses sin la intervención de los trabajos de jardinería municipales. La naturaleza agradecida recuperó su pulso en este tiempo de cese de la máquina. El engranaje del capital productivo que es la ciudad misma se detuvo para dar paso a una primavera insólita en la que en pleno Eixample se escuchaban los pájaros y Barcelona olía bien. No recordábamos una situación igual. Además, con la ausencia de turistas las calles por primera vez en mucho tiempo nos pertenecían, si es que alguna vez dejaron de hacerlo. Los días se sucedían, las semanas pasaban, lo cotidiano como pulso, la liturgia de las horas sentada en mi mesa de trabajo y dedicada a mi labor. Las llamadas familiares y la conexión con las amistades se incrementaron, todos conectados con todos. Los lazos comunitarios se fortalecieron y parecía que las familias estaban más unidas que nunca.

La sensación al final del confinamiento, por los meses de junio y julio, fue que me faltó tiempo para hacer muchas más cosas. Hubiera querido hacer más, prolongar de algún modo esa suspensión temporal de la máquina frenética en la que vivimos, para regalarme la experiencia de contemplar sin más el paso de las horas y el devenir de los días. Desde que comenzó en Catalunya el estado de excepción, no he parado de trabajar ni un solo día. Los proyectos se han sucedido hasta día de hoy. Recuerdo una conversación en la que alguien ajeno a la práctica artística me comentó el valor refugio que supone la dedicación al arte. Y en cierta medida esa es la expresión más apropiada para describir la situación de los artistas. El oro, como la práctica del arte, es un valor refugio en épocas inciertas. En tiempos de bonanza los artistas sobrevivimos por la pura providencia y en momentos de crisis generalizada una se da cuenta del alcance de este milagro. Es una forma de vivir en la que lo necesario nos es dado. Durante todo este tiempo no eché de menos los restaurantes, ni las salidas de fin de semana, ni los bares, ni festivales, por la sencilla razón por la que nunca antes iba. Somos un colectivo olvidado en este país, la inmensa mayoría de los artistas vive por debajo del umbral de la pobreza y nuestro saldo nos alcanza para vivir con lo estrictamente necesario.

Imatge d’Imanol Buissan.

La madre cósmica, Dios, Allah, el factor invisible, lo trascendente o inmanente, cualquiera que sea su nombre, nos lleva de la mano sean cuales sean las circunstancias. Tan solo hay que agradecer y aceptar lo evidente, que estamos bajo su influjo y protección. No hay otra explicación plausible de nuestra existencia, responde a una peculiar abundancia propia de quienes seguimos nuestro camino creativo. Más aún cuando vuelvo al mundanal ruido como volviendo de un largo viaje, y encuentro lo que dejé, un mundo conectado al dolor y al terror orquestado por la incesante propaganda del régimen. Es doloroso comprobar que en efecto esa es la esfera en la que se desenvuelve la mayor parte de la gente, la mayor parte del tiempo. Replegada en esta suerte de abundancia creadora he aprendido, me considero dichosa y privilegiada por cómo las cosas me vienen dadas.

Las aspiraciones de integración en esta sociedad quedaron atrás hace tiempo, ¿quién desearía a estas alturas adaptarse a ella? Tampoco la élite que conforma la comunidad artística, en buena parte formada por funcionarios a tiempo parcial y rentistas, dio muestras de salir de su individualidad y zona de confort. En la intemperie y bajo la protección del manto de lo invisible quedamos los artistas y creadores que vivimos milagrosamente de nuestro trabajo. Una suerte de destino del que gozo y que alguna vez en el pasado me pareció extenuante. Hoy lo considero signo de la fortuna.

Es cierto que hay sufrimiento y que llevamos un año asistiendo a la expansión de un virus cuyo alcance desconocemos. Los poderes en la sombra que lideran esta crisis nos llevan por un camino deshumanizado e incierto. La tecnología digital se ha implantado en estos meses de forma vertiginosa. En cierta manera inaugura un tiempo en donde el factor humano se desplaza hacia los márgenes. La libertad de pensamiento se ve amenazada y los debates hace meses que se cancelaron. Se impone un dogma único, el de la vigilancia a través del control, la vacunación masiva y la implantación de la nanotecnología para beneficio de la productividad. El espacio que una vez fue libre de internet tiene una cara oscura, la del rastreo de datos, clasificación y robotización humana. Por otro lado, asistimos a un escenario de humanización de la máquina con programarios e interfaces cada vez más personalizados e inteligentes, todo ello en detrimento de la libertad de las personas y la salud pública. El arte con su sentido crítico puede rehumanizar a una sociedad manipulada, suplantada y robotizada. La labor de los artistas es necesaria en este momento para revitalizar lo humano y comunitario, así como para dar cabida a las múltiples expresiones críticas que se alzan desde todos los puntos del planeta, pero sobre todo para reconectarnos con lo trascendental.

Una nueva conciencia emerge con fuerza y en silencio, fuera de los focos de los medios. Supone un estadio más elevado de nuestra condición humana, la que tiene cuidado de todo lo que está vivo y trabaja en favor de la vida. Atrás queda el antiguo orden patriarcal, que a estas alturas está dando los últimos coletazos, su declive definitivo es solo cuestión de tiempo. Tenemos el privilegio de vivir un cambio de ciclo, asistir al surgimiento de un nuevo mundo. La pandemia puede ser una gran oportunidad; a través de ella se nos revelan los poderes que ocultos controlan y manejan el mundo. También el surgimiento de un nuevo espíritu y conciencia planetaria en la que todos somos creadores, y en la que lo trascendente es de nuevo central.

 

Elvira Pujol Masip

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    • Elvira Pujol Masip

      Artista visual. Desde 2006 recopila notas, materiales y documentos diversos que se muestran bajo la forma de archivo y a través del sitio archivosincronico.net. Es cofundadora del colectivo Sitesize, del que forma parte desde 2002 y con el que ha expuesto y realizado multitud de proyectos. Sus intereses actuales se [...]